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Buchmesse Havanna 2010

Buchmesse Havanna 2010

  • · edición especial

    Sindicatos en la defensiva

    Daniel Behruzi

    La crisis económica crea dificultades para el movimiento obrero alemán. La solidaridad internacional puede ser la solución

    Desde hace varios años, los sindicatos alemanes están en defensiva. El "modelo alemán" de relaciones industriales, con que se mantenía durante décadas una estabilidad relativa en las relaciones de capital y trabajo, está desapareciendo. Cada vez menos trabajadores pertenecen a las normas de los convenios colectivos regionales, que en el pasado aseguraban un nivel mínimo de las condiciones salariales y laborales. Los sindicatos pierden cada vez más afiliados. En los 15 años pasados, la Federación de Sindicatos Alemanes (DGB) perdió más que millón y medio de militantes. La grave crisis actual de la economía mundial capitalista, que afecta sobre todo a los sectores exportadores de la industria alemana, es otro desafío para las organizaciones obreras, pero también puede abrir nuevas posibilidades para movilizar a la clase trabajadora y desarrollar su conciencia de clase,
    Las razones de la crisis de los sindicatos alemanes son varias. Una es la Globalización. En Alemania, la internacionalización de la producción pone en riesgo los estándares sociales y salariales relativamente altos. Según cálculos oficiales, más que tres millones de personas en Alemania están desempleados, la cifra real es mucho más alta. Ese desempleo masivo endurece la competencia entre los trabajadores y disminuye entonces el promedio de los salarios. También la caída de la alternativa de sistema en Europa Oriental ha debilitado la conciencia de clase de los trabajadores, así que los empresarios se atrevieron de abandonar la supuesta "asociación social" entre ellos y sus trabajadores. Hasta ahora, las cúpulas sindicales no han encontrado una respuesta adecuada.
    En el contexto del auge económico pasado se había reanimado de cierta manera la capacidad de lucha de los sindicatos. Al fin del boom lograron modestos aumentos salariales. Sin embargo, ese auge quedó el primer auge económico durante el cual continuaron bajando los salarios reales. Los sindicatos lograron frenar la pérdida de afiliados. Pero se debe temer que eso ha sido una primavera breve de revitalización sindical. La amenaza de despidos masivos dificultan la lucha por aumentos salariales. Pero hace poco, los limpiadores mostraron con una huelga exitosa que sí se puede imponer aumentos salariales.
    La crisis económica crea problemas para los sindicatos, pero también ofrece nuevas posibilidades. Los trabajadores estarán obligados a luchar contra despidos, y especialmente los trabajadores en las plantas industriales grandes todavía tienen un nivel de conciencia y organización bastante alto. No van a aceptar sin resistencia la eliminación de su base de existencia. Es tarea de los sindicatos, unir las luchas por la defensa de los puestos de trabajo y para mejores condiciones laborales. Si logran eso, tienen buenas posibilidades para avanzar su poder de organización.
    En condiciones de una economía globalizada es decisivo el desarrollo de la solidaridad internacional. Ya es casi imposible responder a los consorcios multinacionales sólo en el nivel de fábrica o nacional, porque entonces los grandes consorcios pueden chantajear a los trabajadores con la amenaza de llevar la producción a una planta en otro país. Estaría sometidos en una carrera por los salarios y condiciones más bajos. Para impedirlo, los sindicatos pretenden construir estructuras internacionales. Dentro de Europa, ya se logró buenos avances en algunos sectores. Sindicatos de transporte y de automóviles realizan actividades conjuntas, organizadas por redes sindicales y comités de empresa europeos. Se debe desarrollar y fortalecer esa colaboración también con los compañeros de en Norte- y Sudamérica, Asia, África y Australia para poder resistir en todo el mundo contra el capital globalizado.

    Daniel Behruzi es periodista y autor del diario junge Welt
  • · edición especial

    Sobre el diario

    Dietmar Koschmieder

    Una de las principales voces de la izquierda alemana y un fiel aliado de Cuba

    Usted tiene en sus manos una excepción, y lo es por varias razones. Por una lado, porque el diario junge Welt no es representativo de los medios alemanes. Este es el único diario de alcance nacional que tiene un enfoque marxista.

    Es un diario independiente de los poderosos consorcios mediáticos, de los bancos y de la influyente publicidad. Es un diario que habla sobre lo que callan los otros medios de prensa plana, un diario para el cual el socialismo siempre fue, es y será una alternativa necesaria.

    Por tercera vez tenemos la oportunidad de presentarnos con una edición especial en español en la Feria del Libro de La Habana, y con ello fortalecemos nuestras relaciones con Cuba, que ya tienen una larga historia.

    El junge Welt nació del resurgimiento del movimiento antifascista en el este de Alemania. Como órgano de la Juventud Libre Alemana (FDJ) - la organización socialista que agrupaba a los jóvenes en la RDA - fue creciendo hasta que en 1989 se convirtió en el periódico más leído en este país. Su popularidad se debía su alto grado de información y de críticas y porque además era más entretenido que otros medios del país. Por eso, jóvenes y viejos lo leían en igual medida.

    Después de la anexión de la RDA a la República Federal de Alemania, el junge Welt comenzó su lucha por la supervivencia. Al igual que casi todos los medios del Este, también fue privatizado. En 1995 estuvo a punto de desaparecer definitivamente, pero un grupo de colaboradores fundaron la Editorial 8. Mai Verlag y una sociedad colectiva que se convirtió en dueña del periódico. Así se aseguró la permanencia del diario, esta vez con un nuevo perfil claramente de izquierda. La lucha por la existencia ya se ha vuelto cotidiana, aún cuando la demanda de un público alternativo crece. Sólo con la fuerza de las ideas de todos sus colaboradores, el junge Welt puede mantenerse con vida como proyecto político y cultural, en un momento donde cada vez menos alemanes pueden permitirse leer un periódico de forma regular.

    El junge Welt es un periódico repudiado y combatido por la clase dominante en Alemania. Y con razón, pues nosotros contradecimos a aquellos que justifican y representan los intereses económicos de los más ricos a través de ediciones de millones de ejemplares y de todos los canales televisivos. El junge Welt defiende la legitimidad histórica de la RDA frente a una fuerte campaña ejercida desde hace años que pretende extinguir toda manifestación de aspiraciones a una alternativa social y pacífica. A la guerra y la explotación las llamamos por su nombre e indagamos los intereses reales cuando la moral y los derechos humanos se enmascaran. En nuestros quioscos, somos el paño rojo en medio de la colorida variedad que en su mayoría constituye una farsa.

    El junge Welt es un periódico internacionalista. Cuba y el desarrollo progresista de América Latina son temas importantísimos de nuestras informaciones. En las experiencias, las derrotas y los éxitos de estos lugares nosotros y nuestros lectores participamos con la mente y el corazón.

  • · edición especial

    Veinte años de supuesta unidad

    Arnold Schölzel

    Los alemanes del oriente y del occidente siguen viviendo en dos sociedades diferentes

    El escritor Friedrich Torberg (1908-1979) dijo una vez: "El alemán es el idioma común que separa a los alemanes de los austriacos". Hoy, se puede adaptar esa expresión también para describir la situación entre el oriente y el occidente de la República Federal de Alemania que, en 1990, se comió la República Democrática Alemana. Las diferencias culturales y las diferencias en cuestiones políticas son tan graves que institutos occidentales de encuestas obtienen frecuentemente resultados impactantes. El "Ossi", como se apoda los ciudadanos de Alemania Oriental, el territorio de la desparecida RDA, queda para los investigadores occidentales algo exótico, raro. Por ejemplo, en diciembre se conoció que de unas 700 marcas que habían en las tiendas y mercados de la RDA, unas 120 han "sobrevivido" hasta hoy, con creciente popularidad. Las agencias de noticias que difundieron esa noticia la comentaron con el argumento que eso demuestre la baja intelectualidad de la gente. Según ellos, los orientales poseen una "pronunciada fidelidad a la marca", es decir, que no les interesa la calidad ni la "innovación" de un producto. Al mismo tiempo, los comentaristas occidentales insistieron en que esas marcas orientales no podrán mantenerse por mucho tiempo en el mercado.
    De esa manera, ya se actúa desde hace veinte años. En los grandes medios de comunicación alemanes, todos controlados por occidentales, los orientales aparecen sólo como objetos de investigación, siempre con el mismo resultado. Si quedan fieles a sus costumbres, a alguna institución o, justamente, a algún producto de la RDA, y sean galletas o mostaza, en los diarios, revistas y cadenas de televisión aparecen como gente tonta que vive en el pasado y no entiende la vida de hoy. La actitud de las élites occidentales frente a Alemania Oriental ya tiene un carácter colonial con aspectos social-racistas. Sólo fue la punta de una interpretación generalizada lo que el psicólogo Heinz Rindermann afirmó en la edición de agosto de la revista "Merkur" sobre "La inteligencia como fenómeno burgués". Escribió: "La gente en países socialistas no sólo son menos inteligentes y saben menos, sino son, por la falta de bienestar, claramente más pequeña. Eso muestra, al nivel social, que el Socialismo no sólo provoca una autoenanización intelectual, sino convierte la gente a enanos físicos."
    Lo absurdo de esa afirmación de un profesor académico se explica ante un contexto que se pretende ocultar con la arrogancia y discriminación contra los alemanes del oriente. Temen que pueden estar "contaminados" por su experiencia socialista. Si analizamos los hechos comprobables, descubrimos que las empresas estatales de la RDA quedaban, a partir de la anexión de la otra Alemania, bajo el control de una administración colonial, controlada por gente proveniente del occidente. Esa institución otorgó, dentro de pocos años, el 80 por ciento de esas fábricas, inmuebles y servicios a inversores de Alemania Occidental. Otros diez por ciento entregaron a las manos de extranjeros, y sólo el cinco por ciento quedó controlado por personajes de Alemania Oriental. Resultó que muchos de esos inversores fueron bandidos, otros fueron incapaces. Pero casi todos creyeron en la propaganda del entonces Canciller Federal Helmut Kohl, que afirmó que Alemania Oriental se convierta, en pocos años, en "tierras florecientes". El resultado, sin embargo, fueron despidos masivos de millones de trabajadores, la desindustrialización de regiones completas, acompañado por intentos fraudulentas de animar con subvenciones estatales – quiere decir: sobornos - a consorcios internacionales a invertir en Alemania Oriental. Por ejemplo, el papel del Canciller Helmut Kohl en la venta de la famosa fábrica química de Leuna al consorcio francés Elf fue, por lo menos, sospechoso.
    Mientras surgió el desempleo masivo en  Alemania Oriental, que se mantiene hasta hoy en un porcentaje alto y queda, según las cifras oficiales realzadas, dos veces más alto que en Alemania Occidental, se desarrollaba una amplia campaña de expropiación de los alemanes orientales. Basándose en el principio "legal", establecido por el Gobierno Federal, de "devolver antes de compensar", cientos de miles de así llamados "viejos propietarios" aparecieron en la escena para pedir tierras y casas, que sus antecesores habían poseído en Alemania Oriental. Los ciudadanos de la RDA, que habían comprado esos inmuebles en gestiones reconocidas en todo el mundo, tuvieron que abandonar su propiedad. De hecho, muchas veces esos "viejos propietarios" fueron herederos de los ex-propietarios y nunca tenían la intención de usar esos inmuebles para ellos mismos.
    En 1994, el ex-Ministro Federal y arquitecto de la política de entendimiento entre los Estados capitalistas y el campo socialista durante la década de los 70, Egon Bahr, reconoció que "nunca en la historia, en tiempos de paz, un pueblo fue tan explotado como el de la RDA." Tales declaraciones aparecen raras veces en los grandes medios de comunicación alemanes. Se pretende silenciar los hechos que provocaron el éxodo de unos tres millones de alemanes orientales.
    Sin duda, por ese contexto se pretende tranquilizar y canalizar la protesta popular en Alemania Oriental. Desde el Gobierno Federal se desarrolla una amplia campaña de calumniar la RDA como "la segunda dictadura alemana", comparándola así, indecentemente, con la dictadura fascista de 1933 a 1945, responsable de la Guerra Mundial y del Holocausto. Por esa tarea, ya sólo la Cancillería Federal dispone cada año de 55 millones de euros para la difusión de su versión de la historia. Eje central de esa propaganda es la oficina de administración de las actas del Ministerio de Seguridad de Estado de la RDA, que dispone de otros 90 millones de euros anuales. Con ese monto se financia películas, telenovelas y series de artículos sin fin en los diarios y revistas alemanes, presentando la RDA como "cárcel" (un político del Partido Socialdemócrata) y "estercolero" (la reconocida revista alemana "Der Spiegel"). Uno de los historiadores más reconocidos de Alemania, Hans-Ulrich Wehler, llamó la RDA "una pequeña república de asesinos".
    Mientras se agudizan la crisis y la guerra, también se agudizan esos ataques. Es decir, los lanzan sistemáticamente contra la gente. Sobre todo en Alemania Occidental, esas campañas tienen cierto impacto y reaniman allí el anticomunismos tradicional de la vieja República Federal de Alemania. En Alemania Oriental, la gente aguanta esa propaganda con una mezcla de humor y desanimación. Tanto los resultados del partido La Izquierda, también atacado, como los resultados de encuestas sobre cuestiones políticas muestran: la brecha entre el oriente y el occidente es hoy más profunda que hace veinte años. En el oriente hay más gente que en el occidente que rechaza la participación alemana en guerras como en Afganistán, y una mayoría creciente de los orientales no considera democrático el sistema parlamentario de Alemania. El fondo de esa separación es la brecha económica y social entre el occidente y el oriente. El 80 por ciento de las posiciones importantes en la administración pública, el sistema judicial, la ciencia, los medios de comunicación y la cultura está ocupado por alemanes del occidente. La brecha en los salarios es mucho más grave que los 25 por ciento que se admite oficialmente, y también esa brecha está profundizándose. Así, Alemania quedará separado en dos sociedades diferentes, y la frase citada al principio queda vigente.

    Arnold Schölzel es director del diario junge Welt.